Esta fuera de toda duda que cualquier persona u organización debe contar con un propósito último en su vida que le aporte cierta consistencia y le mueva a la acción. Es la única manera de evitar ese destructivo inmovilismo y hastío vital.
A su vez, todo propósito o misión tendría que dividirse en estrategias diferentes para cada época orientadas a alcanzar unos objetivos marcados para periodos más cortos.

Sin embargo, cuidado con la vehemencia en alcanzar los objetivos. No todo vale. Estos deberían ser flexibles, ya que en ocasiones podría ser contraproducente darlos alcance. Los objetivos deben ser ecológicos, es decir, no producir daños colaterales en nuestro entorno, del que olvidamos a menudo que somos corresponsables.
Por desgracia, cuando la crisis hizo acto de presencia, la marea bajó de repente y dejó muchas de vergüenzas al descubierto. Se pudo comprobar entonces que gran parte de los objetivos marcados fueron erróneos y en gran medida, culpables de la crisis misma.
Sería aconsejable entonces realizar siempre un análisis previo de esos posibles daños colaterales que las estrategias personales u organizacionales pudieran ocasionar.
Los objetivos también se encuentran de vez en cuando con luces rojas y no deben pasar nunca por encima de las personas. A menudo solemos olvidar algo tan básico y que provoca tan dramáticos desajustes en la sociedad.
Es cierto que cuesta mucho renunciar a ciertos objetivos por los que se ha luchado durante cierto tiempo. Hay muchas personas con una marcada motivación hacia el logro y orientada con vehemencia a alcanzar el objetivo, pero es mucho más noble renunciar en favor de la responsabilidad social.
Supongo que muchos tenemos ejemplos de claras renuncias. La última mía, ha sido muy reciente y aunque al principio me dolió, ahora es motivo de orgullo.
Las fotografías son de cosecha propia y corresponden a la Puerta de entrada y de salida del Puente de San Martín de Toledo.
Disfrutad.
