«- Pero ¿tú? ¿quién te has creído que eres? ¿A qué juegas? ¿Acaso eres filósofo, científico, antropólogo quizás? ¡Mírate! Eres un un desastre, un desordenado, un derrochador, incapaz de planificar nada en tu vida en condiciones. Siempre has hecho lo que te ha dado la gana sin rendir cuentas y siempre poniendo esas caras de circunstancia, de “perdonavidas». Siempre has ido por libre, pensando solo en ti y dejando de lado los planes familiares. Dime, cuéntame, qué planes de vida tienes, a qué aspiras cada mañana…
No dejó resquicio al silencio. Lo soltó todo para empaparle entero. Después de todo, llevaba años callado y deseando reprobarle tantas cosas. Pequeñas dosis de amargura cada día tornan en cúmulos de veneno.
Sin embargo, aquella red de improperios se fundió tras envolverle. Toda la retahíla diabólica desapareció evanescente.
Dámaso se giró pausado, buscando la luz de la ventana. Tras unos segundos, miró con cierta comprensión a Brandt para explicarle.
– Llevas toda la razón, no puedo estar más de acuerdo. Toda mi vida me he sentido desubicado. He sido educado como el resto, para decidir de manera lógica, para planificar mi carrera, para no malgastar el tiempo y para ser un hombre de provecho. Y muchas de las decisiones fueron en esa dirección, al menos lo intenté. Pero eran decisiones que no sentía. Algo no terminaba de encajar en mí. Nunca supe por qué razón no podía sentirme bien tras una decisión lógica. ¡¿Por qué?! Por qué todos vosotros erais felices cada vez que había que planificar y yo no. No es mi culpa, créeme. Ha sido una tragedia toda mi vida.
Brandt se sentó sin dejar de mirarle, incrédulo ante la primera vez que le veía sincerarse.
– No tienes ni idea, pero no te culpo. Te entiendo, comprendo tu molestia. Pero te voy a decir algo. Hace algún tiempo decidí no actuar según la lógica ni la razón. Decidí no acatar esas normas que alguien dictó a la sociedad y tras las cuales nos alineamos esperando nuestra ración. Hay algo más importante en todo esto.
Dámaso se tocó el pecho con su mano derecha, sin dejar de mirar a los ojos a Bandt.
– Ahora decido lo que siento. Y hasta que no lo siento, no decido. Por eso soy lento y desacompasado, lo sé. Soy molesto, pero feliz. Me siento alineado con algo que me trasciende, siento paz y me lleno de vida. Pleno de una vida con una inteligencia distinta. No me pidas que te explique cómo es, porque no sabría hacerlo. Solo te puedo decir que la siento, percibo la vida, la inteligencia vital y me siento en armonía, integrado y acompasado en un mundo paralelo que había permanecido oculto antes para mí.
Dámaso se encorvó lentamente como desinflándose poco a poco y enarcó suavemente sus cejas mientras dejaba caer su mirada al suelo.
– Lo siento, no voy a pedir perdón al mundo por haber encontrado mi vida, mi paz. Solo pido comprensión para alguien que ha decidido no compartir métodos fríos y extraños para mí. No puedo aceptar perder mi tesoro, aunque no lo pueda tocar, ni prestar, ni guardar, ni cambiarlo por construcciones mecánicas que trabajan para producir más materia todavía, ¡como si fuera poca toda la materia inorgánica que nos rodea!, dijo levantando ambos brazos.
Brandt comprendió entonces que había perdido para siempre a Dámaso. Y sin pensarlo, endureció el gesto y salió de aquella habitación ajustándose el nudo de la corbata.»
Esta podría ser la puesta en escena de las diferencias entre la cultura sajona y latina. No cabe duda, que las vistas a esa ventana, que bien pudiera ser el Mediterráneo, proporcionan cierto trasfondo vital o espiritual al puramente materialista sajón, del que yo me guardaría.
Y es que a los sabios no había que dejar de leerlos nunca.
Os dejo una más de mis fotos. No son vistas al mediterráneo, pero si son unas magníficas vistas de Toledo y parte del maltratado río Tajo, que pude captar este verano. Unas nubes que no se dejan atrapar y que acentúan la belleza material. No sé qué sería de la belleza sin la intangible luz.
