Sabía que la única manera de decírselo sin dañarle era en aquella terraza. Allí existía esa mínima probabilidad de que se lo tomara con esa serenidad con que se queda observando el mar. Había estado allí con él muchas veces y charlamos con normalidad hasta que el silencio le engulle y su mirada se pierde entre las olas.
Un día me contó que en aquel lugar sentía cosas, que luego llamó intuiciones. No sabía por qué, pero algo le empujaba a sumirse en un silencio profundo del que decía que brotaban certezas. Me dijo que era como si la verdad le conquistara. No entendí nada;
— ¿Verdad de qué?
— No comprendes, no se puede explicar. Mira, ponte tú —lo decía como si se tratara de un lugar concreto o de aquella silla.
Le seguía la corriente, pero nunca sentí más que el bullicio de la gente y los pitidos de los coches entremezclado con el zumbido del mar. Al parecer eran las olas las que le provocaban aquel ensimismamiento, imaginando que ninguna de ellas le zambullía, sino que flotaba sobre ellas, como si las surfeara. Aquel vaivén y la sensación de no enredarse entre ellas le transportaba a una quietud en la que decía que se colaban cosas.
Era un tío como yo, normal, con sus miedos, sus ganas de pasarlo bien, de bromear e incluso también de emborracharse de vez en cuando, por qué no. Pero en la terraza se abstraía y su manera de referirse a las cosas era metafórica. Se apropiaba de las ideas y las sumergía en aquel estado, de modo que devolvía sus respuestas refiriéndose a contextos que su cabeza recreaba. Al principio me irritaba, y a veces hasta me marchaba, dejándolo imbuido en su mundo. Era el lugar idóneo para decírselo.
Una tarde me explicaba que el sufrimiento en el mundo está motivado por no descubrir quién en realidad somos. Cosas de este tipo. “Cómo vamos a descubrir la realidad si somos parte de ella. Es como si le preguntas a un pez qué tal está el agua. Seguramente te respondería que qué agua y te miraría con cara de extrañado.”
Comenzaba a decir cosas como que el hombre no puede explicar teorías como del big ban porque es parte de él y que quizás todas aquellas personas que paseaban por la playa fueran actores de un tipo de escenificación. En otra ocasión me preguntó qué significaba para mí aquellas olas que chocaban en las rocas. Cuando le contesté me dijo, “¿ves? no es lo mismo para nadie. Yo intuyo otro significado. La realidad es distinta para ambos. Si tú te aferras a que las corrientes son las causantes y no ves que tú mismo eres parte de las corrientes, la realidad es distinta para ambos. La verdad no se puede explicar, solo se es.
— Juanjo, llegaron tus análisis. —Ya no aguantaba más.
Las olas nos salpicaron briznas de silencio al romper contra las rocas.
— El sentido que le demos a la vida es lo que realmente viviremos, ¿no te das cuenta?
Me ha gustado mucho este relato. Muy interesantes las reflexiones de Juanjo. Gracias por compartirlo.
Me ha gustado mucho este pequeño relato. Muy interesantes la reflexiones de Juanjo.
Me quedo con ganas de leer más. Gracias.
Mil gracias, Elena por comentar. Me alegra que te haya gustado.
Muchas gracias Elena. 🙌🏼
Una ves más, el escrito, deja suspense, en el aire, en la terraza, en esa olas que flotan y surfean dejando a su paso una estela agridulce con mal augurio y cuyo protagonista intenta evadirse para no conocerla, aún sabiéndola. Gracias José.
Ufff… en esta mediana edad en la que nos llegan tantas malas noticias acerca de progenitores e incluso coetáneos, ojalá tener ese lugar donde recibirlas con serenidad…
Gracias Esther. Pues una gran noticia que te doy. Todos tenemos una terraza como esa.
Cuánto has dicho en tan poco. Me ha encantado. Enhorabuena
Muchas gracias Conch por participar 🙌🏼