En realidad, cuando me preguntan qué tal me encuentro, me gustaría contarles eso mismo, la realidad; con todo tipo de detalle. Creo que les gustaría escucharlo tanto como a mí contarlo. La verdad es que lo hago, se lo cuento con todo detalle, pero para mis adentros y creo que ahí no se oye. Esa capacidad tengo. Mientras mantengo mi presencia ciertamente reverente y mis labios vocalizan la verdad aparente, yo suelto mi perorata por el brocal. Y en lo que tardo en un “si no entramos en detalles me encuentro estupendamente” arrojo al fondo toda la historia de mi vida, incluyendo sensaciones y emociones. Pero no engaño a nadie, porque si uno se fija bien en el fondo de mis ojos, lo puede ver claramente. Allí se ve mi pozo y en el fondo, aunque oscuro, se reflejan las salpicaduras de las emociones al caer.
Ayer me encontré a Luis. “¿Cuánto tiempo? , pero…¡te veo igual!”, me dijo. Entonces yo supuse que no me había mirado y mientras le hablé un “me alegra verte, tú sí que estás igualito..” yo largué por mi brocal un sentimiento nuevo que me nació sin yo haberme percatado antes. Y lo alumbré sin haberlo sabido, pero es que uno se mete en el jardín de la cara “B” de la vida sin darse cuenta. Nos lo recuerdan los números. Sí, los números. Si no hubiera cumplido los cincuenta hubiera permanecido hasta la muerte en la cara “A” de mi vida. Y en este jardín, en el que ahora me encuentro, hay menos flores y todo brilla menos porque no veo aquella frescura en forma de gotas de rocío que vencían las hojas.
No advertí que estaba en un jardín distinto hasta que vi ese número. Entonces comprendí que en realidad era el mismo lugar pero al que se le había caído el velo; y descubrí que las piedras, en lugar de brillar, se deshacían con la humedad y se desvanecían en una tierra que luego el viento esparcía. Comprendí que el velo había estado inflamando mi visión como lo hace una lupa; y que yo podía ver la exuberancia en la que todo crece y que solo por existir se permite que todo llegue, porque a todo alcanzo y porque siempre me extiendo. Pero ahora, el suelo ha enterrado el velo caído y a donde mire veo que todo decrece y se desvanece; que las hojas se caen y las flores me dan la espalda; y siento que el único rocío que veo es el que forma las gotas del miedo cuando su bruma se extiende silenciosamente desde el suelo y asciende por mis pantorrillas hasta congelar mis sueños; y mientras voy terminando ese “tú si que estás igualito” siento una presencia en el jardín. Es la Verdad que viene para empapar mi existencia; y comprendo que debo entregarme a ella porque así me lo pide el alma, que lo espera para que termine de madurar esa crisálida que se le ve.
“Pues sí Luis, son cincuenta ya”.
Siento que tus palabras estaban ya en la cara B de mi vida. Precioso José Luis. Y apto solo para los que pueden ver porque han llegado
Muchas gracias por el comentario Pilar. Me encanta que te hayas identificado aunque sea un poquito. Hay personas, como tú, que no dejáis de estar en el jardín “A” por esa capacidad de enriquecimiento personal constante que tenéis y fomentáis.