Hace algo más de tres años ya que presenté en sociedad el libro «El robo de El entierro del Conde de Orgaz«. Recuerdo que durante el discurso de presentación dije algo que llamó la atención del editor, que se encontraba a mi lado escuchando mis palabras y tras las cuales ofrecería las suyas con demasiada generosidad. Lo que llamó su atención fue que calificara la obra como mediocre, igual que su autor. Quizás se lo tomara como un desprestigio a su editorial, la cual trabaja con denuedo en poner al alcance de sus lectores obras de cierta calidad.
Sin embargo, quise hacer hincapié en que la vida se construye a base de actos humildes y por gentes muy normales. Y no por el hecho de ser parte de esta «mediocridad», dejaría escapar la oportunidad de «dar una caricia a la vida». Las caricias son muy meritorias porque generan vida y no debemos esconderlas sino todo lo contrario, alentarlas y regalarlas a diestro y siniestro. Si las caricias estuvieran reservadas solo para las elites, estaríamos ante un mundo sin alma, gris y carente de vida. No es menos verdad que para exponerse al público (muchas veces cruel), a través de caricias mediocres (aunque generosas y no exentas de esfuerzo), hace falta valor. Pero bien explicado, todo se entiende. Las dehesas están formadas principalmente por hierbas y pastos que generan el sustento y alimento de los grandes alcornoques que lo salpican, aunque quien lo tapiza en toda su extensión son esas hierbas tan insignificantes como imprescindibles.
Le he usurpado a Alex Rovira la justificación de aquella espontánea reflexión que hice en público sobre las caricias. Mi intuición sobre las necesarias caricias es refrendada por el propio Alex en su artículo «Se necesitan caricias» que publica en el diario El Pais. William Faulkner, en su obra «Las palmeras salvajes» puso en boca de uno de sus personajes que «entre el dolor y la nada, prefiero el dolor». Esta afirmación no sienta cátedra, pero sí ayuda a comprender ciertas reacciones humanas ante determinados estímulos o ausencia de ellos. Hay claros ejemplos de conductas de niños y adolescentes llamando la atención con acciones peligrosas ante ausencias de sus seres queridos.
Pero es Claude Steiner quien elabora su «teoría de la Economía de las caricias» (adjunto tesis doctoral, ver pag 17), y profundiza sobre este mismo hecho que yo esbozaba en mi presentación. Los seres humanos necesitan una caricia externa, cualquier signo de atención antes que la plena ignorancia o ausencia. Estas caricias pueden tener formas muy distintas y en todas sus formas son muy útiles. Una sonrisa, una caricia, una palmada, una palabra, unas lineas o un mensaje de recuerdo puede proporcionar un colchón emocional muy útil en determinados momentos. Es habitual entre muchos adolescentes conductas que saben que pueden provocar «pérdida de papeles» en sus progenitores provocando incluso bofetadas. Esto es entendible desde una asunción por parte del adolescente de una máxima interiorizada que prefiere ser pegado a ser ignorado.
Decía Oscar Wilde que un tipo de egoísmo inteligente consistiría en buscar el bienestar de todos los demás porque solo así se podría conseguir el suyo propio. Y continuando por esta vertiente de búsqueda del bienestar colectivo, se puede comprender el concepto en auge de «cooperación» en sustitución o detrimento del cada día más cuestionado «competición». Cuando alguien presenta sus credenciales, lo lógico es hacerlo con el ánimo de sumar en beneficio de un objetivo común y no hacerlo «en contra de nadie». Es común ver cómo en las presentaciones de algunos combates de boxeo ante los medios, presentan a los púgiles frente a frente mientras se insultan, se amenazan, escupen e incluso muerden. Presentan sus credenciales basando sus fortalezas en la minusvaloración o destrucción del adversario. Las fuentes de ventajas competitivas, como se suele denominar en estrategia empresarial, están basadas en la diferenciación, originalidad y el punto óptimo teórico del mercado sería aquel en el que todos los agentes ofrecieran productos alternativos y complementarios, satisfaciendo la utilidad del usuario y llegando incluso a alcanzar posiciones de monopolio y navegar en el privilegiado Océano Azul.
En organizaciones empresariales y deportes de equipo, la lógica sería que cada componente aportara ese complemento que necesita el equipo para formar un piña homogénea, sólida y consistente a fin de superar retos y actuar ante crisis. Un ejemplo claro lo tenemos en los equipos que gobiernan esas grandes naves en las regatas náuticas y donde cada componente está altamente especializado en su tarea. Desde el estratega, hasta el timonel, el que iza velozmente las velas, etc..
Pero un equipo no podría cooperar sin un compromiso claro de todas las partes. Este valor es fundamental en un equipo y en caso de ausencia de desempeño por alguna de las partes la desconfianza resquebraja esa cohesión necesaria para superar la crisis. Como comenta Alex Rovira, la confianza no tiene grados, sino que es binaria (o se tiene o no). Desde esta perspectiva, todos los componentes del equipo deben asumir su liderazgo particular complementario y poner en marcha su estrategia particular de contribución a la cohesión colectiva, debiendo siempre tratar a sus complementarios como lo que podrían llegar a ser y no como lo que son en ese momento. Solo proyectando esa confianza, proyectamos también la conducta de nuestros complementarios.
Sirva este post como un intento de caricia a la vida y a todos vosotros, desde la loable mediocridad.
Gracias por estar.
Os dejo una infografía síntesis de la Teoría de la Economía de las caricias (Fuente Psicue)
Fuente propia.