Momentos de estudio, amarillentos, cálidos y serenos que se ven perturbados por una presencia latente y sorda. Una simpática presencia que observa, es curioso, creo que observa orgullosa y silenciosa. Qué se yo… al menos no me violenta, que ya es mucho, pero si me descentra, que es fácil.
Podría ser una señal, porque no es posible que se pase el tiempo sin que nadie mande señales. !Alguien querrá comunicar, digo yo! Y esta creo que es su encomienda, contarme algo que sucede o va suceder. O posiblemente solo aparezca para comentarme que estos momentos solitarios sirven para algo.
Posiblemente se haya presentado para entregarme un propósito, lo que Unamuno llamaba el «hondón del alma», aquello por lo que merece la pena vivir. Ya solo mirándola, clara redonda y flotante, me sirve para percibir belleza, gratis… o qué se yo.
La belleza es gratis, solo hay que desvelarla, no desearla, porque si no, se va. No se deja acariciar, solo flota latente para susurrar una sutil compañía. Pero envuelve la existencia y la da sentido por un momento rotundo y eterno. Luego ya, nunca estuvo. Y vuelve la ansiedad de la búsqueda, el apego a un propósito escurridizo. Su belleza es cruel, porque te muestra la Verdad de la existencia, se deja atrapar entre mis manos sintiendo cálidas las vivas y huesudas plumas que se mueven ahí dentro y que colman de serenos sueños.
Pero siempre se va. Cuando le pregunto que me diga, cuando la requiero su morada, su nombre, su forma y su razón, se va y deja el vacío de una existencia sin motivo, desnortada.
Esa luna de suaves plumas y cálidos picotazos que se revolotea en frente, se fuga al tender mi mano para conocerla y para comprender su belleza. No te merezco entonces y sin embargo te muestras cada vez más acogedora. Son esperanzas de que algún día me darás eso que guardas para mí. Eso espero, porque es bello, lo sabemos.
Gracias por estar.