José Luis Serrano

Hablemos de miedos y jardines.

La ciencia avanza rápidamente. Nos llevamos las manos a la cabeza muchas veces pensando dónde llegaremos. Pero de repente nos llega una ola con forma de pandemia y nos deja varados en la orilla. Los lideres del mundo se levantan desorientados y empiezan a actuar conforme marcan sus valores. Unos se dejan ayudar por expertos y otros aprovechan para legislar con rapidez dejando a un lado lo más necesario. Pero algunos de los bañistas van despertando y los más lúcidos se movilizan para sumar. Otros, sin embargo, aprovechan para reclamar, dividir y restar.

Pero es humano, lo sé. Lo explica muy bien Raquel Nogueira en este post, en el que explica que las grandes civilizaciones de la humanidad vencieron sus amenazas externas cuando se unieron y lucharon juntos, alcanzando una simarquía. El sentimiento de pertenencia a un colectivo potencia las energías para combatir. Sin embargo hoy, luchamos a la vez, aunque no juntos, lo que nos es garantía de nada. No tener sentimiento de pertenencia a un grupo, en este caso España, merma recursos claramente.

Lo que sí parece claro es que surgen nuevas legislaciones tendentes a controlar riesgos y que la ciencia y la tecnología se aplicará con celeridad para detectar próximas pandemias. Evitaremos acudir a la consulta médica en gran medida gracias a que tendremos en casa tecnología que monitoriza nuestra estado en contacto permanente con el centro de Salud, desde donde nos irán dando instrucciones. Y sanidad conocerá online por dónde y en qué segundo se están incubando nuevos brotes.

Google y Apple ya están en ello y han creado Contact tracing, una plataforma que lo implantará en breve. Esto sí suma. Esto sí es liderazgo, como el del señor Amancio Ortega en España, que está reconvirtiendo sus fábricas para fabricar y donar material sanitario imprescindible para que nuestros sanitarios dejen de ir a la guerra con palos y piedras. Son movimientos tendentes a sumar esfuerzos y recursos en la dirección correcta, la que mayor impacta en el enemigo. Es muy triste comprobar que hay personas que empujan en direcciones que dividen en busca de intereses particulares y aprovechan los avances para diseñar un autentica arquitectura de la opresión.

Cierto, se plantean muchos debates en torno a todos estos adelantos. Sin embargo no parece que haya un director de orquesta consensuado que nos vaya indicando qué adelantos deben priorizarse y qué usos urgen más. Todo parece indicar que debiera ser la filosofía quien condujera este polémico debate. Y yo para eso suelo siempre acudir a Jose Antonio Marina, que nos habla de su proyecto Centauro y de la importancia del papel de la educación en la sociedad. Los mayores ya tenemos difícil arreglo, pero sí tenemos la obligación y la oportunidad de brindar una convivencia más inteligente a las generaciones venideras. Esta es nuestra misión más importante. Hace falta y propone una revolución educativa en toda regla porque, como decía Einstein, las cosas solo se pueden arreglar desde planos diferentes a los que los originaron.

Y paso a hablar de nuestro confinamiento particular. ¿Dónde estamos? Dicen los expertos que nos encontramos en la etapa de la Resistencia. De las siete etapas emocionales por las que atravesaremos esta confitada travesía, Juan Carlos Cubeiro explica magistralmente que nos encontramos en la quinta, la de máxima tensión, aunque el lado bueno es que  quedarían solo dos, así que muchos ánimos.

Cada uno tiene su estilo a la hora de escribir y yo trato de alejarme de cualquier buenismo ni fanatismo. Mucha gente me pide que escriba algo que les ayude a superar la ansiedad y miedo que viven en un periodo de confinamiento tan dilatado.

A lo largo de los últimos posts he presentado a quienes hoy son los referentes en cuestiones de gestión del miedo y la ansiedad. Julio de la Iglesia, Pilar Jericó, Alvaro Vizcaino, etc. Hace tres años tuve la oportunidad de charlar con el prestigioso doctor Mario Alonso Puig y le pregunté acerca del miedo y la ansiedad. El Dr Alonso es una referencia a nivel mundial y aquel mismo día iba a ofrecer una conferencia ante cientos de empresarios de todo el mundo sobre este mismo tema. Condensaré en una frase su respuesta:

«En la actualidad, el ser humano no sabe ni dónde va ni de dónde viene; solo sabe que tiene prisa.»

Esto es muy sintomático del sometimiento que tenemos ante nuestra mente. Brevemente, el miedo, la ansiedad, el estrés (distrés y eutres) son derivadas de la misma cosa: aparecen cuando se percibe que el tamaño de nuestros recursos es inferior al tamaño del desafío. Y el desafío puede ser verdad o inventado. Sí, inventado. Porque aunque es cierto que la pandemia existe, no es menos cierto que imaginamos unas consecuencias que nunca acontecerán. Hay que calmar la mente porque nosotros no somos la mente. Poniendo nuestra atención en el presente, por ejemplo mediante actividades manuales, logramos entretenerla, porque en momentos como estos suele desbocarse.

Todos tenemos un canal de expansión personal, es decir, una habilidad especial que sabemos que hacemos bien y se nos pasa el tiempo sin darnos cuenta. El TEDAX Julio de la Iglesia nos dio una pista muy importante para dominar su mente en esos momentos en los que se juega la vida. Es el encargado de cortar el cable a las bombas para que no exploten. Su trabajo consiste en cortar el cable rojo o el negro. Si corta el correcto, le condecoran y si corta el incorrecto, pues es fácil suponer qué harán con él. Ante esta situación es normal que aparezca el miedo. Por eso se ha convertido en un especialista en gestionar esta emoción. Lo primero, busca información real y no se deja caer en manos de lo que le dice la mente. De esa manera desactiva primero la mente y luego la bomba. No hay plan B. Y ahora os cuento una historia:

Ocurrió en Paris hace un año. En una de las casas a las afueras de la ciudad, un jardinero llevaba varios días trabajando la parcela de una de las viviendas en un barrio tranquilo. Cada mañana, muy temprano, aparcaba la furgoneta en frente de la casa y empezaba a trabajar. Los primeros días estuvo limpiando la parcela de maleza y arrancando de raíz las malas hierbas. También podó algunos arbolillos que recuperó para el futuro jardín. Le llevaría alguna semana que otra dejar terminada aquella tarea, pero le gustaba hacerlo solo y a su ritmo. Richauld era de cierta edad y sobre todo muy discreto. Trabajaba durante todo el día y solo descansaba para comer. Extraía de una vieja bolsa un envase de plástico y comía parsimoniosamente sentado en uno de los escalones de la terraza. Al terminar, solía mirar el cielo durante unos minutos y volvía a su trabajo.

Llegaba bastante temprano y muy puntual. Aparcaba su furgoneta en algún hueco que dejaba un vecino madrugador. No utilizaba aparatosos contenedores para cargar los restos, ni tampoco era de los que vertían una gran cantidad de materiales en la acera. Trabajaba a base de pequeños sacos que sacaba de la furgoneta con tierra y abonos y otros que introducía con la maleza. En su primer día de trabajo saludó al dueño y enseguida se dispuso a otear la parcela mientras Joseph, el propietario, le seguía sus pasos dándole instrucciones con insistencia.

Un buen día, el barrio enmudeció y se llenó de humo. Notre Dame ardía, pero él no faltó a su trabajo. El dueño le dijo que se fuera pero él lo miró y continuó con su trabajo como si nada. El barrio quedó conmocionado y los vecinos estuvieron saliendo durante toda la semana a las calles a comentar la desgracia, mientras Richauld continuaba con su trabajo.

Pero un buen día dejó de acudir y ningún vecino le echó de menos. Hoy, un año más tarde, las campanas de Notre Dame inundan de júbilo el jardín de Joseph y generan una atmósfera tan plácida como la presencia de aquel discreto hombre. Los jardines de Richauld son aclamados por las grandes fortunas de Paris, porque es capaz de crear atmósferas que solo él percibe desde el primer día que los visita. En ese momento ya germinan en su imaginación las primeras semillas del jardín, gracias a su gran capacidad para sostener su presencia. Cada parcela que trabaja cristaliza en un esplendoroso rincón del todos salen beneficiados: el dueño, el jardinero, los pájaros… Quizás por eso le llaman el jardinero de los ricos.

Antes de irse de aquella casa, Joseph salió a despedirle y se acercó a la ventanilla para preguntarle cuál era el secreto de su trabajo. Richauld contestó:

«Solo soy un especialista en olvidar aquello que no depende de mí. Cultivando en el presente, siempre termina por germinar un bello jardín».

 

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