José Luis Serrano

El coach de Churchill

Ayer vi la película de «Churchill» de Jonathan Teplitzky, pese a la mala calificación de las críticas. Me pareció interesante conocer un punto de vista sobre el momento crítico de un gobernante de un país (y no de uno cualquiera, sino el de Gran Bretaña). Disfruté muchísimo de la fotografía y de alguna parte del guión aunque reconozco que, pese a no ser un gran entendido de cine, hay aspectos que chirriaban un poco.

Acudí incitado por la curiosidad de cómo iba tratar el director esos momentos de soledad en el que un gobernante debe tomar una decisión crucial para su existencia y la existencia de decenas de millones de personas y de cuyas consecuencias dependía el orden mundial del momento. La película sitúa la trama en el momento de la toma de la decisión del desembarco de Normandía por parte de los aliados para parar el avance de la Alemania nazi. Mientras que los aliados, promovidos por el ejercito norteamericano comandado por Ike Eisenhower, son partidarios de un desembarco que haga retroceder al ejercito alemán recuperando Francia, Churchill mantiene que sería una masacre mandar a decenas de miles de jóvenes que sucumbirían inocentemente tal y como ocurrió en la I Guerra mundial en la que tuvo un papel bastante activo. Los propios aliados le ignoran y promueven estratagemas encaminadas a acabar con las aspiraciones alemanas. Este trato y las consecuencias de la decisión causa estragos en la personalidad del inglés y cae presa de una depresión de la que despierta gracias a su mariscal de campo.

En primer lugar me llamó la atención el trasfondo del dilema, que me ha parecido bastante actual y supongo que es atemporal. ¿Qué es más conveniente, hacer la guerra a quienes amenazan con alterar el orden, empleando a menudo argumentos populistas o ceder y no actuar ante estas ofensivas por no causar sangre en la población? Se trata de decidir si actuamos en busca de la estabilidad a largo plazo aunque sea doloroso a corto o continuamos con esa engañosa estabilidad y paz del momento e ir adaptándonos con el tiempo a las nuevas injusticias.

Creo que es un dilema bastante actual en nuestra sociedad. Desde hace unos años, la sociedad está experimentando una  polaridad provocada por la defensa a ultranza de posturas algo extremistas que defienden la tolerancia, diversidad, nacionalismos y derribo de las instituciones, aun cuando demuestran con sus actos que realmente no son tan tolerantes e incluso muestran en sus rostros y expresiones sentimientos nada saludables e incluso atentan contra la vida de las personas. A la gente de buena voluntad les parece en principio adecuado mostrar tolerancia e integración, pero no es raro comprobar que no son actitudes biunívocas. La inacción es más dulce que la movilización y el cambio, aunque a largo plazo suele tener un coste muy elevado. Parece lógico mantener la vigilancia y evaluar qué puede estar amenazando el orden y estabilidad de una sociedad. Si, orden, aunque para muchos sea un término rancio, el orden es necesario para que una sociedad crezca de manera estable y próspera.

Es verdad también que a veces confundimos los enemigos y no cualquier aliado occidental es beneficioso. Ultimamente son habituales las noticias que alertan de grandes capitales en manos de un grupo reducido de personas que están invadiendo nuestro país, gobernando las empresas más grandes y que más empleos generan, lo que sitúa el futuro del país en manos de una élite muy reducida. Capitales orientales y americanos están realizando una colonización moderna en sentido contrario a la realizada en los orígenes de la Edad Moderna de la humanidad.

Parece necesario que vayamos haciéndonos cargo cuanto antes de la situación y que actuemos de manera responsable ante determinados riesgos de la sociedad. No todo lo que parece beneficioso lo es en realidad sino que pueden ser caballos de Troya que pueden causar estragos a medio plazo. Nuestra responsabilidad es ejercitar nuestra capacidad de juicio y crítica con responsabilidad para informarnos, opinar y defender lo que entendemos es bueno para la sociedad y no para un colectivo que busca desestabilizar y derribar para situarse en los mismo puestos y actuar con peores prácticas.

Volviendo a «Churchill», la película pone de manifiesto que el primer ministro británico tuvo una mala experiencia durante la primera guerra mundial, causada por una decisión estratégicamente errónea que propició la muerte de miles de soldados, lo que le atormentó durante mucho tiempo. Su memoria guardó este registro tan desagradable provocando emociones y sentimientos constantes de culpa que fueron minando su autoestima. Esta lucha interna, acrecentada por la soledad de un gobernante en la que se hace difícil dialogar con asiduidad, normalidad y recibir un sincero y honesto feed back, desembocó en una afición a la bebida como amortiguador emocional y a episodios durísimos de depresiones en los que caía derrumbado sin fuerzas que le invalidaban para cualquier tarea. Solo cuando su mujer y su mariscal de campo se dieron cuenta de la gravedad de la ausencia del gobernante ante los ciudadanos del Reino Unido en momentos tan cruciales, se decidieron a actuar forzando la comunicación y el diálogo con el primer ministro que reaccionó a tiempo para coger los mandos de la nación para transmitir ese liderazgo tan necesario en determinados momentos. Cuando cambió la bebida por el diálogo, volvió a ser ese líder que ha pasado a la historia por su carisma y socarronería.

En este caso, su propia mujer y su mariscal hicieron coaches. La aparición del coaching en la actualidad no está pagada. Es una bendición que se haya popularizado la figura de alguien que acompañe a quien sufre antes de que sea tarde. Muchos de los que dudan o se mofan de esta práctica tan beneficiosa han estado a punto de pedir ayuda en sus momentos de inconfesable dureza. Si lo hubieran hecho a tiempo, posiblemente se hubieran ahorrado grandes costes personales y de su entorno. Vivir en soledad una situación difícil de digerir suele pasar factura tarde o temprano. 

Para terminar, me quedo con la secuencia final de la película en la que Churchill pasea solo por la playa ante un atardecer con la inmensa paz recuperada, descubriendo que la vida siempre estuvo ahí. La belleza del atardecer, la frescura de la brisa, la paz de las olas siempre estuvieron presentes, aunque la mente nos lo oculta a veces, hasta que alguien nos devuelve a la realidad.

Y hablando de paz y vida, os dejo una foto del maravilloso atardecer en la playa de Cadiz, que obtuve en uno de esos momentos en los que adquiere uno consciencia de la verdadera belleza que pende de la realidad.

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