José Luis Serrano

Vetas, cauces, troncos y senderos.

«El chapuzón en aquellas aguas tan frías les dejó bastante relajados. Solo la tensión continuada del cuerpo para combatir el frío les hizo consumir muchas energías. Se tumbaron al sol, sobre las toallas extendidas en las rocas. Podían observar cómo navegaban las escasas nubes y se perdían tras las copas de unos arracimados árboles a ambos lados de sus cabezas, separados por ambas orillas del río. Aquella posición tan inusual era propicia para imaginarse el mundo al revés.
– Fíjate la vista desde aquí -señalaba con el brazo extendido-. 
Ana se dispuso a escuchar. A menudo solía sorprenderla con sus puntos de vista tan inusuales. 
– Mira. El oscuro cauce del río, fisuras negras de las rocas entre las que se escurre el agua y troncos negros hacía el cielo en busca de su luz -terminó con el brazo señalando el cielo-.  ¿No te das cuenta Ana? Es la luz negra, esa que perseguía tanto Chillida. Todos ellos tienen un denominador común. Son itinerarios, caminos, vías de expansión natural. El espacio que ocupan las cosas puede que no sea ocupado por azar, sino que exista una energía que ordene todo esto.
Se incorporó emocionado mirando a su alrededor, apoyado sobre sus recios brazos. Ana lo miraba ensimismada una vez más. 
– Y ese orden conforma nuestro entorno, por eso me llama tanto la atención esas estrechas vías por las que circula la vida de manera inteligente. La naturaleza es vida y se encuentra en constante cambio. Podríamos llamarlo crecimiento, aunque no siempre es así. Lo podemos llamar movimiento expansivo que busca su orden.
Se levantó y dio algunos pasos mirando al bosque y con la mano sobre la frente, para protegerse de los rayos del sol. 
– Fíjate en los troncos de los arboles, con qué  sinuosidad buscan la luz o cualquier espacio en el aire para desplegar sus ramas, hojas y frutos. La forma y la dirección del tronco está marcada por una necesidad de supervivencia o autoafirmación, ¿no lo ves? -dijo emocionado-. ¡Es un camino reivindicativo! Se podría decir que es la forma del camino de su vida en busca de ese anhelo que cada ser vivo siente. ¡Su fe! -gritó-. O la fisura de la roca, que sufre la insistencia del agua en ser canalizada por un sendero caprichoso. Esas arrugas de la roca son estrías que canalizan el agua. Vías de expansión de una materia viva que busca su lugar natural. 
Volviéndose de repente hacía su espalda continuó. 
– O el cauce de un río, por el que discurren millones de toneladas de agua procedentes de miles de rincones. Todo el agua busca su espacio siguiendo una energía sin duda. 
A cada silencio, Ana lo miraba pensativa, con la cara desconfigurada por los rayos del sol, pero en silencio. Y volvía a agachar la vista para pensar cada vez que continuaba.
– Y lo mismo ocurre con los senderos creados por el hombre. Desde los inicios de la humanidad el hombre ha utilizado esta figura para referirse a la vida. “Disfruta del camino”. De hecho, muchas de las novelas históricas de héroes versan sobre viajes, vivencias en el camino. ¿lo ves?
Ana asentía con la cabeza, pero sin hablar, solo pensaba y agachaba la mirada. Eran momentos en los que disfrutaba refrescándose con aquellas divertidas escenas.
Ya más despacio se volvió a sentar junto a Ana, como buscando cierta complicidad física, reconciliándose con su naturaleza. 
– Son texturas Ana. La luz actúa sobre ellos de la misma manera pero sus texturas marcan esas formas.
Flexionó sus rodillas y las rodeo con sus brazos, buscando un centro de gravedad más profundo. Ana miró sus rodillas, como deseando ser ella misma.
– Lo mismo ocurre con las personas. ¿Sabes? creo que todos recibimos la misma luz sobre nuestras almas. Somos alumbrados de la misma manera pero es nuestra particular textura la que nos diferencia. Los pliegues de nuestra alma, aquellos que nos han permitido alcanzar los espacios que ocupamos. Buscamos el aire, la soledad, el conocimiento, huimos de nuestras tormentas y todo ese camino conforman la textura de nuestro alma. Por eso somos tan diferentes, a pesar de que la luz es la misma. ¿No te das cuenta?
Ana asentía de nuevo, agachando su mirada, aunque lo que realmente deseaba en aquel momento era sentirlo cerca, más bien dentro de sus oscuros pliegues…»
Gracias por estar. Os dejo con una foto de mi cosecha que muestra esos caminos de crecimiento de los árboles en su pugna continua en busca de luz.
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