La historia ha otorgado al velo una significado relevante. Se le ha dado un uso muy sutil que sirve para esconder sin ocultar del todo, para ver sin ser visto o para deslizar un destape moroso. Ha estado muy relacionado con la mujer, con la pureza y la espiritualidad. Su uso se remonta a hace más de 4.000 años, a lo largo de los cuales se ha venido utilizando por distintas culturas como medio de expresión. El principal, la pureza. Y no solo física.
El día que ardió la Catedral de Notre Dame de Paris sentí algo especial. Aquel incendio no fue un incidente más y por eso le dediqué una entrada en este blog. Sentí que estaban cayendo las viejas estructuras. Suelo decir que las cosas representan realidades distintas para cada uno y para mí, aquel incendio representó la caída de un velo. Volví a escribir una entrada en este blog para expresar algo relacionado con esta caída.

Esta semana he tenido conversaciones muy fecundas. Una de ellas esta misma tarde. En ellas aparece un tema recurrente que no es otro que el de intentar vivir la vida con cierta sensación de disfrute existencial. Estos son temas propios de la etapa posterior a la caída del velo. Esto podría significar que hemos perdido esa pureza en la mirada que impregna a todo lo que nos rodea del brillo de la ilusión. La ilusión es una quimera, una especie de engaño que forma parte del proceso de aprendizaje de la vida.

Cuando uno percibe que su vida brilla es mucho más motivador construir un porvenir. Pero llega un momento en la vida en que algo provoca que el velo se desprenda y veamos las cosas tales como son. Se ha perdido pureza, ilusión, brillo y se ha ganado la audacia que provoca la sensación de que el tiempo ya es escaso para hacer lo importante, eso para lo que estás. Seguramente no me habré explicado bien, pero agradezco mucho a quienes me acompañaron en esas conversaciones. Son fecundas.

Hoy ha comido la peña como Dios manda. Y eso es una de esas cosas importantes a las que me refería.Y después he tomado un café con mi amiga María José para hablar de la vida y de «La cuarta semilla». Lo hemos pasado muy bien y agradezco mucho sus comentarios. Y al final de la tarde me ha llegado la alegría de que la novela está viajando a Boston con la misión de hacer el viaje un poquito más llevadero a mi amiga Lucía, a quien también agradezco su detalle. Para quien haya aguantado hasta el final, dejo por aquí la reciente entrevista en Radio Kanal de Barcelona, a cuya presentadora, Esther Nosas, agradezco su amable trato y sus interesantes preguntas.
Esa caída de velo creo que se produce cuando nos convertimos en adultos. Entonces nos damos cuenta de que nuestro tiempo es finito y que no queda tanto, aprendemos a valorarlo, no estamos dispuestos a perderlo sino en cosas que nos merecen la pena. Me parece que nuestras vivencias se vuelven más intensas, más disfrutonas, en definitiva más valiosas. Eso es un regalo.
No puedo estar más de acuerdo. De repente, sentimos que estamos en el camino de vuelta y que durante el camino de ida hicimos muchas cosas (bien y mal) y la vuelta discurre entre recuerdos de haber pasado por allí antes y la sensación de que todavía queda por hacer lo importante. Las últimas acciones están llenas de sentido. Son parte del mensaje de despedida