Soy de los que piensan que la historia nos habla. Admiro a los historiadores, incansables recopiladores de datos guiados por un afán enciclopédico. Pero admiro más a quien sabe hacer la lectura adecuada de los hechos. Me gustaría hoy aportar tres pasajes de la historia reciente y explicar la relación que guarda con mi última novela «LA CUARTA SEMILLA».

Wolfskinder es un vocablo alemán que significa «niños lobo». Así son conocidos aquellos niños que quedaron huérfanos en la segunda guerra mundial, desprovistos de todo cuanto pudiera suponer ternura, seguridad y calidez. Se vieron obligados a madurar repentinamente y a sobrevivir por los campos del norte de Europa. Hoy, Wolfskinder es también una película que todavía no he visto.

Walraven van Hall fue un banquero holandés escasamente conocido. Sin embargo, pasó a la historia por diseñar un entramado de empréstitos que titulizó a modo de hipotecas subprime para estafar a los nazis y financiar la resistencia en segunda guerra mundial. Tuvo un trágico e inmerecido final. Su vida novelada la podemos ver en otra película: «El banquero de la resistencia»

Hermann Gmeiner fue un talentoso niño austriaco que estudió gracias a una beca de su país. Se quedó huérfano muy joven. Fue reclutado para combatir en la segunda guerra mundial y tras acabar, dedicó su vida a recoger y proteger a los niños huérfanos de la guerra. En 1960 funda Aldeas Infantiles. Hoy está presente en 85 países y ha sido propuesto varias veces para el premio Nobel de la Paz. Es premio Princesa de Asturias de la concordia 2016.

Todos ellos están representados en «La cuarta semilla», por eso suelo decir que la trama es real. Diría más, la realidad es mucho más difícil de creer que la ficción. Todo lo que se narra en ella ha ocurrido en la realidad. Hay incluso dos temas que hoy se están convirtiendo en asuntos de máxima relevancia: la España vaciada y los problemas de los agricultores; y la brecha digital que deja sin amparo a los colectivos más vulnerables.
Y del pasado al porvenir. Decía Caballero Bonald que «somos el tiempo que nos queda«. Esa actitud ante la vida es lo que nos define y en lo que nos convertimos en cada minuto. Son nuestras intenciones las que construyen nuestra identidad. Esta idea del porvenir la asocio a la de James Bradley cuando dijo que «el tiempo es como un rio y el porvenir se encuentra en el manantial«. Fue a JL Borges a quien se la escuché y el maestro se identificaba plenamente con ella.
Os dejo con la presencia de «LA CUARTA SEMILLA» en los informativos de RTVDiocesana