Icono del sitio José Luis Serrano

Besos de Amapola

Blas. Un nombre agradable. Suena conciso, como un disparo. Pero qué más da cómo se llame. El nunca lo escucharía. Ni siquiera de su propia boca. A él nadie lo llama, no tiene razón de ser. Basta con colocar unas palabras delante de su mirada para que él pueda leerlas en unos labios. Es la única manera de que pueda comprender lo que ocurre a su alrededor, y cuando algo se interpone entre él y su interlocutor, pierde el hilo.  Es algo que detesta. Cuando le ocurre se descompone. Sus ojos se danla vuelta y los párpados se relajan; sus manos comienzan a sudar y el labio superior tiembla. La vida de Blas gira en torno a unos labios. No es que quiera reencontrarse con un beso anclado en su imaginación. Lo que desea con fervor es escucharlos. No es esperable que un sordomudo pueda oír el sonido de unas palabras, pero sabe que puede sentirlas tan de cerca que le sonarán a música celestial. 

 

Hace tiempo, un día de mayo se respiraba tranquilidad en la finca. Blas sabía que todos aquellos vencejos que planeaban sobre el tejado trinaban sin parar; que los chorros de viento que revolvían sus cabellos silbaban. Su madre tendía las sábanas al sol. El tenderete parecía un patio de alabastro y su sombra con los brazos en alto flameaba sobre la sábana. Floro, el borrico, brincó inquieto y Blas se acerco para calmarle. A medio camino, una bandada de pájaros salió disparada de la copa de la morera como si fueran perdigones de un cartucho. Fus, el gato que descansaba sobre el brocal, arrojó el cubo al fondo del pozo y desapareció asustado.

 

Blas se detuvo. Miró a su alrededor y todo parecía en orden de nuevo. Se fijó en las sábanas. Numerosos pétalos de amapola parecían haber quedado atrapados sobre las telas mojadas, como besos esparcidos por el viento. Se acercó. La sombra de su madre había desaparecido. Acarició sonriente una de aquellas marcas y observó que su dedo quedó impregnado de aquel tinte. Retiró la sábanacon brusquedad en busca de la sombra, pero su madre yacía en el suelo. Blas había confundido las salpicaduras de sangre con besos de amapola. No escuchó aquel disparo, ni los gritos de socorro. La sábana se había interpuesto entre los labios de su madre y él. Hoy busca esos otros labios por los que podrá al fin escuchar; si quiera piedad.

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