Icono del sitio José Luis Serrano

De haber sido así

De haber sido así, hubiera fracasado una vez más. Pero comprendí a tiempo cuál era el error. Había sido un problema de hacerme entender. Nunca fui bueno en esto. Había trabajado mucho y a conciencia y no era cuestión de echar todo el trabajo en saco roto.

En realidad, el informe que le había enviado estaba perfecto; inmaculado diría yo. Y el error había consistido solo en que no había logrado explicarme bien. Qué tonto. Lo comprendí enseguida.

En honor a la verdad, si yo hubiera tenido su determinación para el trabajo, creo que las cosas se habrían complicado mucho más todavía; y podría haber llegado la sangre al río. Pero afortunadamente me di cuenta a tiempo.

Así que decidí irme a dormir tranquilo. Mi jefe había sido condescendiente conmigo al darme una nueva oportunidad. Me dijo a su manera que quería ver el informe a las ocho de la mañana del día siguiente sobre la mesa de su despacho. Soñé con él, con su bondad, con esa cara que pone él de querer siempre colaborar y su afán por transmitir las instrucciones con claridad y delicadeza. Le sentí a mi lado toda la noche, como si se hubiera acostado junto a mí.

Al día siguiente salí de casa como un hombre nuevo. Liviano y optimista. Sentía que el sol guiaba mis pasos. En mi rostro se había cincelado una sonrisa, como un semblante de granito. Era un hombre feliz. Si hubiera cometido el error de cambiar el informe le hubiera enfadado mucho más y las cosas se habrían complicado. Jejeje, cómo no pude advertirlo antes. Le hubiera ahorrado tantos berrinches. Mira que soy cabezota. Seguro que lo entenderá a la primera. Es una persona ecuánime.

A las siete y media aparqué cerca de la oficina. Tenía tiempo por delante, así que decidí desayunar con la tranquilidad de quien lleva los deberes hechos. La cafetería estaba todavía vacía. El croissant me supo delicioso. Iba a ser un día dulce.

Decidí esperar frente a la puerta de su despacho. Lo vi venir según salió del ascensor con cara de cansancio. “¡Jo! Y todo por  mi culpa. No me lo perdonaré nunca. Va, le durará poco” me dije. No saludó. Pasó de largo. Empujó la puerta y la estrelló contra la cristalera. “Se nota que todavía no conoce la buena noticia”, pensé. Cogí el pomo de la puerta y la cerré con toda la delicadeza que pude. Sentí el resbalón. Me giré sonriente y lo vi lanzar el maletín con desdén hacía una de las sillas de confidente. Luego, se quitó la chaqueta y la acopló al respaldo de su sillón.

Se notaba que no se había afeitado. “Pobre, debí haberle ahorrado tanto estrés. Ahora lo comprendería todo”. Me acerqué lentamente. Las suelas de mis zapatos se acoplaban en la tarima como imanes en el hierro. Miraba la pantalla como quien se asoma por una ventana en busca de aire limpio y puro.

Todavía no sabía que ya no haría falta que siguiera buscando entre aquel maremágnum de datos. Llevaba mi dossier en la mano y lo abrí. Mi afán era que lo comprendiera todo, porque hasta el momento nunca lo había conseguido. Lo abrí por la página diez. Ahí se encontraba el maldito error. Enseguida lo comprendería todo.

Rodeé su mesa y se giró. “¡¿Pero qué cojones haces?! —preguntó el hombre sin ser consciente de que en unos segundos abandonaría ese sufrimiento que tanto amargaba su carácter y que tan lujuriosamente le ofuscaba por gente como yo.

Y así sucedió. Fue rápido. Como había imaginado durante toda la noche. Quedó embelesado por mis nuevas maneras de hacerme entender. Supe entonces lo equivocado que había estado hasta ese momento y lo que tanto le hice sufrir.

Si yo fuera un jefe tan eficiente y ejemplar como él, convocaría al despacho más a menudo a mis empleados. Y me ahorraría tantos sufrimientos innecesarios. Pobre…

Os dejo con unos minutos de una entrañable serie «Un jefe en pañales». Espero que hayáis disfrutado el breve relato y, sobre todo, que se entienda todo…

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