— ¿Qué va a tomar?
— Ah, sí. Uno con canela, por favor.
Hace unos meses todo era distinto. Mi vida transcurría entre una secuencia de puntos de un trazado previsible, como los que describe el itinerario del sol. Bastaba con unirles par saber el camino exacto entre el amanecer y el ocaso. Y salvo los pájaros y las nubes que adornan los días, nada perturbaría el trazado del sol, ni siquiera un terremoto. Sin embargo, ahora que las rendijas de mi universo se han abierto, como lo hacen las branquias de un pez al respirar, me ocurren cosas que siento como puertas a nuevos amaneceres.
Es fácil imaginar quién fue la mujer que me entrevistó y cómo me entregué a aquellos ojos del color de un cielo sin horizontes, por los que me lancé en un viaje sin coordenadas. Decidimos vivir juntos en su apartamento y empecé a sentir que el tiempo ya no era corrosivo. Comuniqué a la inmobiliaria que abandonaría mi apartamento, a pesar de que con él había empezado todo. Llegó el día de la mudanza y el destino quiso ocultarme el sol. Estaba nublado y no pude mirarle para cerrar los ojos y capturar la última foto en mi retina. Tenía todas mis cosas listas y empaquetadas para el inminente traslado pero entonces recibí la llamada de Susana, la agente inmobiliaria:
¿Sergio? Ah que bien, te pillo. Escucha, en media hora estaré allí para la revisión del apartamento. Si todo está bien te devolvemos allí mismo la fianza.
— ¿En media hora? Tengo la furgoneta abajo esperando. —Susana era conocida y tenía la confianza suficiente como para decirla lo que pienso. Y el apartamento fue una oportunidad de esas que se ofrecen a los mejores clientes, que no era el caso, o a los amigos.
— Será rápido Sergio, no te preocupes, Tenlo todo listo. Además, la propiedad dice ahora que lo quiere vender. Parece que está pensando en todo ese rollo de montar una familia, casarse. Busca algo en zona de colegios.
— ¿Vender? —pensé en interesarme dado que me iban mejor las cosas pero enseguida me lo quité de la cabeza. No quería ataduras en mi vida. Estaba empezando a hacerse realidad mis sueños desde que me desprendí de aquella terrible previsibilidad.
— Sí, lo digo por si te interesa.
— Eh, no gracias, no tengo nada claro mi futuro.
— Ok pues venga En media hora estamos.
Busqué en la mochila la carpeta con la documentación de la agencia. No había abierto aquella carpeta desde el día de la firma en la agencia y ya no recordaba la cantidad exacta de la fianza. Recuerdo que sentí cierto orgullo el día que estampé aquella firma. Me lo tomé como el contrato de una liberación personal. El arrendador había dejado su firma lista para que mi liberación surtiera efecto en el momento justo en el que yo, el liberado, plasmara la firma al lado. Me alegré al leer la cifra que me iban a devolver. Aquellos mil euros serían un empujón para ese viaje a la India con el que tanto nos habíamos ilusionado. Conocíamos ya todos los tipos de té que se servían en Madrid y sabíamos que allí había muchos más por descubrir.
Era una pena que ella detestara mi barrio porque me había adaptado con rapidez a la zona y pensaba que desde que tenía mi terraza desde la que poder ver el sol suspendido, la suerte se había instalado en mi vida. Ya no más trazados previsibles, pensé. Solo salía a meditar cuando el sol estaba en lo alto, en ese punto donde las cosas suceden sin que el tiempo transcurra. Busqué el nombre del arrendador. Se llamaba Almudena, como ella. Almudena del Cerro Álamo…. como …ella.
Mis rodillas se doblaron lentamente. Dejé caer mis posaderas sobre una de las maletas y así quedé durante media hora, como el viajero cansado que espera en la estación sin saber qué tren coger. Al cabo de media hora, el timbre de la puerta sonó y abrí. Allí estaban. Susana, la agente inmobiliario, gesticulaba y hablaba unas palabras sordas que yo no escuchaba porque no podía apartar mi mirada de esas dos ventanas azules que se abrieron tras ella. Me asomé a ellas de nuevo, aunque esta vez no sentí el arrojo suficiente para surcar aquellos cielos y solo apoyé mis brazos sobre su alféizar.