Parecen muchos los barcos amarrados. Desde aquí, siempre se ven como amontonados. Cualquiera diría que están ahí para subirse y navegar, pero no, cuando llega el otoño muchos de ellos se quedan en puerto, olvidados. La humedad y la sal empieza a corroer toda la jarcia y sus cascos se agrietan. Y luego, en verano llegan las ganas irreprimibles de navegar y sus dueños comprueban que realmente sus barcos no están en condiciones. Entonces, muchos de ellos son incluso abandonados. Es curioso, algo parecido pasa con los corazones.
Hace muchos años salía a navegar todas las semanas. Mi barco siempre estaba listo y en condiciones de salir a alta mar. Cada vez que entraba a puerto solía fotografiar a la gente en las terrazas mientras tomaban café, añorando salir al mar. Mi barco era discreto y pequeño pero recuerdo ser el centro de las miradas. Me sentía un principe a bordo de un lujoso yate.
El tiempo pasa y hoy me doy cuenta mientras tomo un café, que mi barco era gracioso, más bien resultón. Ahora, en cada sorbo de café, el orgullo de mis recuerdos ahogan los deseos de embarcarme de nuevo. Durante mucho tiempo he observado resignado a otros barcos partir cada día y sin darme cuenta, reconozco el miedo en mi mirada.
Sin embargo, el café de hoy sabe distinto. Un día, alguien me invita a comer en el puerto y su presencia oxigena mi mirada. Al terminar, decido dar el último sorbo de ese melancólico café. A partir de ahora, las fotos de mi cámara serán desde el otro lado, sobre ese barco discreto pero resultón, que cada día disfruta al sentir los vientos entre sus velas y las olas sobre el casco.
Los corazones también se oxidan.

Los corazones se oxidan y se rompen, o los rompen. O nos los rompemos nosotros mismos por no cuidarlos y dejarlos o ponerlos donde no debemos al descuidarnos, o al confiar, porque ese lugar parece seguro. Sin darnos cuenta que de seguro no tiene nada, o sólo la apariencia, que ya es suficiente para engañar a quien tiene el deseo de amar y es inocente aunque haya conocido lo malo.
Ese o esa que que es valiente y ama la ilusión y la aventura a pesar del oxido y las grietas.
Quizá esos barcos que se abandonan y olvidan, que no se cuidan, es que nunca se quisieron. Puede ser que fueran caprichos o antojos, «cosas» que se compraron para poder parecer algo que no se es: marinero, aventurero, escuchador de olas y vientos, amante…
Por supuesto Calipso. Los corazones se oxidan, claro que si. La prueba es que muchos barcos pasan por mantenimiento con frecuencia para eliminar ese óxido y volver reluciente a las aguas. Y cada vez que vuelve, el barco tiene la oportunidad de salir a navegar hasta alcanzar la línea del horizonte al mismo tiempo que el sol. No sabe que eso es imposible pero desde el puerto se les ven juntos. Cada noche el barco vuelve a puerto enfrascado en las previsiones de viento del día siguiente porque sabe que algún día llegará antes que el sol.