Un día escuché una historia a un joven. Comentaba en una de las tabernas del puerto, con un palillo entre dientes y un chato de vino en frente, sobre la barra, que su patrón era alguien de fiar. “No sé bien cómo decirle -decía, aunque yo creo que quería llamarle noble-. Es alguien mu normal, como todos. Lo único que cambia en él es algo suyo, que le sale cuando ve a alguien en apuros.”
El joven se apartó de la barra para meterse en el papel. “Entonces su mirada cambia. Se vuelve afilada y le gusta mirar de frente y preguntar mucho y mientras escucha parece como si se hubiera metido en el pellejo del otro, porque asiente con su cabeza mientras el otro se vacía. Y claro, mi patrón se empapa bien del problema”. El joven apoyó de nuevo sus manos sobre la barra y cruzó sus pies para pinchar con la puntera de uno de ellos en el suelo.
“Y dice que le gusta escuchar porque la mayor de
las veces los problemas se resuelven así, escuchando. Y es verdad, ¿eh?. Después me lo cuenta, ya más tranquilo, como aliviado. Y otras, sin embargo, se quedan aquí amarradas -el joven se golpeó el pecho- y está deseando volver de la faena para seguir escuchando. Así le veo yo… no sé…mu normal, pero un poco raro, la verdad, muy volcado en los demás. Y mi patrón no tiene necesidades, ¡eh!, que podía irse a su casa con su familia a rascarse la barriga.
¿Y sabes? Luego esos a los que ayuda, alguno ni se acuerda. Pero dice que aprende, vete tú a saber qué le van a enseñar todos esos. Muchos dicen que ayuda porque en realidad quien necesita ayuda es él. ¿Qué te parece esa? ¡Ja! Ayuda dice, si mi patrón tiene la vida resuelta.
Pero yo sé que a veces se queda con el alma pringosa. Porque las penas son como el petróleo y luego no puedes ni respirar. Así le digo yo y él me mira y estira la boca así, pa un lado. Y yo le digo, oiga pero no ve que un día se va a ahogar de la pena. Pero el me vuelve a mirar y remirar con esos ojos silenciosos. Y yo veo el mar allí dentro, con sus olas a veces. Y luego me callo, porque mi patrón es mu noble. Es lo que tiene la buena gente, que son mu nobles”.
El joven dió un paso hacia la barra y se bebió el chato de un suspiro. Se secó la boca con la muñeca, sin darse cuenta que no había rastro de vino en las comisuras, que estaría el trago ya por el gaznate. Alzó la mano del cigarrillo y se largó.
