A pesar de haber pasado la noche en blanco, Blogärka se levantó cargada de energía. Preparó a su marido un pastel de banitsa, nada habitual en un día normal. Sabía que aquel pastel de queso volvía loco a su marido. Se dirigió hacia la ventana para recoger del alfeizar la jarra de boza que solía dejar todas las noches al fresco. Era la mejor manera de mantener el fermento vivo. Tras colocarla en el centro de la mesa, levantó la tela de la boca de la jarra para remover aquel yogur con una cuchara larga de madera que limpió luego con su boca. Se secó sus manos en el mandil y azuzó las ascuas de la cocinilla donde había calentado algo de leche. La cocina era la estancia más cálida de la casa precisamente por eso, porque mantenía aquellas ascuas latentes durante todo el día, listas para cocinar en cualquier momento.
Algo más tarde, su marido se levantó y se dirigió a la cocina para sentarse a la mesa directamente. Sin saludar, clavó sus ojos sobre el pastel y partió un gran trozo que se llevó a la boca sin pensarlo dos veces. Blogärka lo observaba por detrás. Al segundo bocado decidió servirle un poco de boza. Se sentó a su lado y cogió una taza de leche caliente con las dos manos para darle un par de suaves sorbos. Dejó la taza sobre la mesa de nuevo.— No he podido dormir en toda la noche. Bajó su mirada hacia el delantal con el que volvió a limpiarse sus manos. — Lo sé, -respondió el marido sin dejar de masticar y mirar aquel delicioso pastel de banitsa-.
Blogarka lo miró con ojos de esperanza. — Es la gran oportunidad que tanto estábamos esperando, Mark, exclamó agitándole el hombro, presa de cierto nerviosismo incapaz de disimular.
