Ya estamos en el futuro, en aquel futuro que imaginamos hace bien poco. Estuvimos jugando con las olas de la novedad pero ya van llegando las grandes de verdad. Llega la biometría, un mundo para navegar sin claves y sin cables, solo bastará con presenciar para autorizar la transacción. La tecnología BlockChain, algo que suena a alguna serie de dibujos animados japoneses, se desarrolla y desarrolla muchas industrias para obtener grandes beneficios de ello. Cualquier transacción será mucho más rápida en detrimento de la burocracia, gracias a que su transparencia garantiza la fiabilidad del sistema al permitir una trazabilidad fiable y a un coste menor, al desaparecer los intermediarios (lo que traerá cola).
La banca no es ajena a este proceso. Lo lleva siendo mucho tiempo pero ahora se enfrenta a un proceso disruptivo, fruto del cual surgen infinidad de empresas digitales (fintech) capaces de ofrecer servicios especializados en cada uno de los eslabones de la cadena de valor de la banca tradicional. Pero, ¿son fiables a medio plazo todas estas irrupciones tan novedosas? Posiblemente sean capaces de ofrecer un servicio efectivo en poco tiempo pero, ¿quién asegura que estos nuevos agentes tienen los estándares necesarios para garantizar una adecuada gestión de nuestros datos?
Muchos de estas tecnologías estaban cambiando el mundo, pero el COVID19 ha acelerado el proceso. Ahora hay prisa y quienes gestionan los procesos (públicos y privados) están implementando muchas de estas nuevas tecnologías para solucionar problemas a corto plazo.
Los gobiernos han decidido aprovechar estados de alarma para intervenir y hacer suyos sistemas privados, haciéndose con un poder creciente sobre toda la población, accediendo a cualquier información e incluso limitando y controlando el acceso a la información y comunicación. Yuval Harari advierte de esto mismo en numerosos medios durante los últimos días y sugiere que hay que controlar a los políticos en estos momentos porque están avanzando hacia estados autoritarios no deseados por su población.
Hola a las 16,30 asistiré a una charla con Silvia Escribano, autora de NEUROCOACHING y experta en Bienestar Corporativo y Felicidad Organizacional en Happynar Global, para hablar de emociones y felicidad en tiempos de incertidumbre. Deseando escuchar sus píldoras para el crecimiento. Nos hablará del estrés y el miedo, de las hormonas y neurotransmisores que segrega nuestro organismo cuando padecemos estas emociones y de cómo podemos producir las hormonas de la felicidad (endorfinas) y del placer (serotonina).
La consigna es acabar con el miedo. Los pedagogos dicen que el primer paso para un aprendizaje efectivo es eliminar la incertidumbre que genera el miedo y sustituirlo por una emoción positiva que fije la experiencia del aprendizaje en la memoria. Es cierto que la emoción del miedo es muy efectiva en políticas de adoctrinamiento. Juan Carlos Cubeiro también escribe hoy en su blog algo al respecto, trayendo a colación a Fym Kydland, economista noruego, Nobel 2004 e investigador del Banco de la Reserva Federal, que dice que los políticos no tienen que dar más miedo que el propio virus. Si lo que se pretende es construir un proyecto de futuro ilusionante hay que ser predecibles, porque la enemiga de la prosperidad es la incertidumbre que genera la mala política. Cuando no hay plan serio se gestiona por ocurrencias y se confunden a los expertos (que cuentan con información y la convierten en conocimiento) ya los sabios (que cuentan con conocimiento y la convierten en sabiduría).
En oras palabras:
Lo había intuido, pero aun en esas, sintió una profunda satisfacción al confirmarlo. Aquel joven había logrado crear uno de los rincones más bellos que jamás había visto. Y lo había conseguido con lo justo, con los restos que había ido encontrando. Era lo que buscaba, pero no solo para aquel rincón sino para todo su jardín.
Se lo dejó claro al gerente. No quería uno de esos espacios exuberantes, con plantas exóticas. Pero desde el primer día en que vio las maneras con las que obligó a aquel joven a descargar la furgoneta y preparar todo el material mientras él fumaba sin cesar y disimulaba con su móvil, supo que se había confundido. Aquel joven, venido de alguno de esos países del este, había construido el jardín prácticamente solo mientras su jefe lo dirigía de lejos. Pero al terminar, comprobó que se había quedado sin material y uno de los rincones quedó descubierto. El gerente no supo qué hacer y le ordenó al joven que trasplantara algún ejemplar de los otros y esparciera algo de china blanca hacia aquel lado.
Entonces el joven lo miró con atención y preguntó si le daba permiso para crear algo en aquel espacio. Su jefe no contesto y le dio la espalda con cierto desdén. Aquello parecía significar un «haz lo que quieras pero date prisa«. Se puso a trabajar el silencio pero con celeridad, como si lo tuviera todo claro. Su expresión cambió de repente desde el momento que su jefe dejó de mirarle. Aquel rincón había absorbido por completo su atención.
El dueño de la parcela se aproximó lentamente y quedó perplejo. Se dio cuenta inmediatamente del error cometido al llamar a aquel gerente. El resto del jardín era vulgar pero aquel joven estaba demostrando lo que aquel joven hubiera sido capaz de crear si el mendrugo de su jefe le hubiera hecho participe desde el principio. Había cogido dos pedazos de bambú y la base de una pequeña tinaja rota. Rellenó uno de los lados con china blanca dejando la otra parte cubierta con guijarros más grandes de varias tonalidades. Plantó tres pequeños arbustos medio secos, que podó con esmero y los repartió cerca del caño por el que se dejaba oír el chorrillo de agua al caer sobre el cuenco. Resultó una composición hipnótica que invitaba al silencio.
Entonces, el gerente irrumpió de nuevo para vociferar que habían terminado el trabajo y el joven se incorporó asustado, temiendo alguna reprimenda. Se acercó arrastrando los pies y el joven temió por su rincón. Se paró por suerte y arrancó el albarán de un mugriento cuaderno para entregárselo al propietario de la casa. Lo firmó y se despidió tirando con desprecio la colilla del puro sobre el aquel pequeño templo. El joven quedó paralizado mientras el propietario siguió aquellos pasos con asombro. Se acercó al joven para darle su mano, en la que escondía un papel con su teléfono:
«Llámame, tengo muchos rincones que recuperar».
Os dejo con el sonido del agua. Disfrutad hasta que os aburráis.