El COVID19 va a cambiar muchas de las maneras sobre cómo vivimos, trabajamos y usamos la tecnología. Bueno, en realidad iba a cambiar de todas formas, aunque es cierto que estos cambios parece que acelerarán su marcha. Brianna Lee Welsh, de Singularity Hub, nos resume en los siguientes puntos los aspectos más susceptibles de cambio y sugiere tendencias:
- Realidad virtual: provocará un auge de la comunicación móvil que influirá radicalmente en la manera de relacionarnos y en una mejor gestión del tiempo, calidad medioambiental y salud mental.
- 5G: mucho se está hablando de la hipótesis sobre que sea esta la verdadera causa de la aparición del CV. Es China el país precursor de esta tecnología que, si todo continúa, revolucionará la telemedicina, videoconferencias, realidad virtual y muchos aspectos aun insospechados. Una tecnología de gran escalada.
- La ciencia del dato: Los datos son la materia prima más deseada de esta inagotable revolución industrial. Se convierte en la principal fuente de prevención de muchos desastres. Proporciona proactividad en muchos campos.
- Blockchain: tecnología que garantiza la trazabilidad de las relaciones, de cara a verificaciones de datos. Será la primera autopista de información validada por las instituciones.
- Biosensores: qué decir en estos momentos de estos dispositivos capaces de monitorizar tu salud y conectar con plataformas de atención sanitaria.
- Machine Learning: máquinas capaces de investigar vacunas y medicinas a mayor velocidad y más barato.
- Impresión en 3d: estamos viendo cómo se están imprimiendo pantallas de protección sanitarias pero en breve se estandarizará la impresión de órganos vitales para el cuerpo humano.
Parece que el futuro tiende a ser un pelín diferente y disfrutaremos de grandes beneficios, quedando pendiente de conocer el coste de dichos avances. Hay que mirarlo con optimismo.
Hablando de optimismo y cambiando de tercio, o no, he querido leer algo sobre los acuerdos de los partidos políticos españoles para impulsar esa «reconstrucción del país» y he tecleado en google «pactos de Estado«. El buscador solo arroja noticias relacionadas con violencia de genero. Seguidamente busco «pactos de la Moncloa» y me aparecen varias noticias de diarios generalistas de los que, sinceramente, desconfío y no me atrevo a utilizar ninguno de ellos como fuente rigurosa y carente de intención a la hora de ejemplarizar mi opinión. Lo cierto es que parece que se presenta una oportunidad y solo queda esperar y confiar. Los antecedentes no vaticinan nada nuevo. Como se trata de un asunto espinoso del que, a buen seguro, no saldría bien parado, lo explicaré entonces a mi manera:
Pasaban las once de la mañana y el día se acababa de abrir en dos. No exactamente en dos mitades, sino más bien una especie de extirpación. Al volver de la reunión, apuntó con su llave y abrió el coche mientras bajaba las escaleras, pero no entró. Dejó su agenda a un lado y apoyó sus codos sobre el capó y sobre ellos su mentón. Sus ojos apuntaron al cielo, donde pareció fisgonear respuestas.
Cuarenta y cinco minutos antes había salido de aquel mismo coche con el deseo de liquidar la dichosa entrevista cuanto antes. Era ya un cliente perdido y lo que era peor, enfadado. La empresa había puesto en él sus esperanzas de crecimiento y sin embargo la noche anterior se había convertido en la gran pérdida. Desde que el día anterior decidió dar la cara, se encontraba angustiado.
Se había levantado revuelto. Su abdomen estaba hinchado, medio constipado y con los pies inusualmente fríos. Puso su cara ante el espejo y el resultado hizo trastabillar su voluntad. Su cuerpo se había negado a admitir más que una taza de café. El tiempo empezó a acelerar en cuanto llegaron los atascos para salir de la ciudad. Las noticias y las nubes carcomían sus pensamientos y un paulatino dolor de cabeza ensombrecía la mirada, presagiando un paréntesis vacío.
Llegó bastante apurado al parking de tierra, con su vejiga a punto de estallar. Sin pensar, ancló en coche y salió en busca de un servicio. Sabía que antes de nada debía sonreír en recepción. Lo que no se imaginó es que aquella misma sonrisa impostada pareció convertirse en la causa de algo, porque al salir del servicio, mucho más liviano, otra sonrisa mucho más fértil le aguardaba para acompañarle al lugar de la reunión. Siguió unos hipnóticos pasos a lo largo de un interminable pasillo blanco que desembocó en una puerta que le succionó. Desembocó en un jardín como lo hace un pez en el mar. Luz, tiempo, orden, espacio, energía, magia…
Más tarde, con la cabeza apoyada sobre sus manos, leía de reojo las condiciones de un nuevo acuerdo, como si fueran los acordes de un amanecer.