Una entrada más en mi diario del confinamiento me servirá para expresar aspectos que creo que hay que subrayar porque pueden pasar desapercibidos y sin embargo pueden ser afluentes que terminen marcando finalmente el curso real de la sociedad.
«La verdad se robustece con la investigación y la dilación; la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre». Tácito
No hace falta tener todas las certezas para decidir y tampoco es de ley escudarse en la incertidumbre y los cambios para dejar de informar con transparencia sobre la realidad. Todos los individuos de cualquier país quieren conocer la realidad desde un principio y se sienten más tranquilos escuchando a sus políticos reconocer la realidad y la dificultad real de las cosas. Incluso reconociendo que existen incertidumbres y que tenemos un camino arduo por delante. Este virus puede resetear la manera de hacer política y también a muchos políticos que obvien la verdad y subestimen las emociones en la sociedad. Pueden tomarse las decisiones que estimen oportunas y a buen seguro que pueden ser legales, pero lo que hay que plantearse es si son moralmente aceptables. La sociedad termina discerniendo entre políticas éticas y discursos moralizadores.
Cambios como estos son muy propicios para tomar ventajas en defensa de asuntos particulares. Es lógica la lucha por la supervivencia y por sacar adelante a los suyos, pero no todo vale. En esto no hay «suyos» ni «nuestros». En esto estamos todos y se debería informar desde la normalidad. Este virus pudiera estar atacando también a la democracia, tal y como explica magistralmente Sonsoles Arias en este artículo. Y me estoy refiriendo a todos los países del planeta, no solo al nuestro. Vemos, unos con normalidad y otros con perplejidad, que se están tomando medidas que en otro momento serían muy cuestionadas y que sin embargo ahora se están implementando obviando el necesario proceso de maduración y reflexión.
Este tiempo puede ser una gran oportunidad de mejorar hábitos, como los que podrían llegar al sector del transporte de viajeros. Son cambios que parecen mejorar a todas luces tiempos pasados y seamos capaces de evitar largos y duraderos desplazamientos en coche, tren o avión en favor de otros más cortos y sostenibles. Quizás sea el momento de capturar sinergias entre el transporte y el teletrabajo y se propicie el deseado impulso del vehículo eléctrico (auto o bicicleta) para trayecto más cortos. Ahora bien, cuidado con quienes no ven en estos cambios más que una oportunidad de control. Volviendo al punto anterior, de igual manera que en el ámbito político se están aprobando medidas destinadas a controlar y vigilar los movimientos de los ciudadanos y e influir sobre ellos, de igual manera, los ejecutivos de las empresas pudieran caer en la misma tentación y ya proliferan los software dirigidos a ejercer una ultravigilancia y control a sus trabajadores. Siempre hemos visto estas herramientas como excesos que incumplen las normas de respeto a la intimidad, pero en estos momentos son pocos los que se quejan y alertan de estos anacrónicos excesos, en los que se llega a fotografiar al empleado cada cinco minutos para vigilar que no deja de calentar la silla de su casa. Cuidado.
Pero de igual manera que trato de contar las cosas con datos objetivos y ejemplos de buenas fuentes, también me gusta hacerlo a mi manera. Por eso os cuento la historia de Alberto durante un día normal.
Dejó caer el teléfono como el que arroja un chicle a la papelera, con miedo a quedársele pegado entre los dedos. Uno puede escupirlo y quedarse tranquilo, pero habría que ser de otra pasta. Su entrecejo asomaba sobre sus ojos y los músculos maxilares sombreaban el mentón. Levantó su mirada y se encontró con la pantalla de su ordenador, como la zanahoria del borrico que gira la noria. Quiso ver más allá y alargó su cuello para comprobar si todo seguía igual o era solo su cabeza. Se encontró entonces con la mirada de Verónica, que aprovechó para insinuarle un nuevo escarceo. Al fondo, Jorge y Julio compadreaban como siempre ante la máquina del café, paladeando las recientes conquistas, con bandera incluida. Todo parecía seguir igual por ahí fuera.
Se levantó y caminó hasta el ventanal, donde la línea del horizonte parecía poner cierta cordura. También allí todo seguía igual, sin embargo, aquel paisaje conseguía remover algo. Ante aquella ventana, su brújula interior parecía recobrar el norte magnético. Dejó deslizar su mirada a través de las laderas de las montañas hasta el parque de la ciudad, donde cada árbol ponía en valor su matiz. Sus copas resaltaban como pequeñas llamas acuciadas por el viento, pero el parque mantenía su estructura.
Aquel instante capturó su atención como el obturador que encierra una imagen eterna. De repente, tras la ceguera congelada, se vio ante la ventana del salón de su casa. El visor le había devuelto la imagen de su desastroso jardín. Sin embargo, a pesar de aquel desolador aspecto, algo le hizo permanecer ante aquella imagen. Sin mediar palabra, volvió hasta su puesto para recoger sus cosas y se marchó sin despedirse. Verónica lo siguió con la mirada, ansiando una cómplice consigna que no encontró.
Al llegar a su casa, lanzó sus cosas sobre el sillón y avanzó hasta aquella ventana. Se detuvo ante ella y sintió enseguida un silencio inflamado. La ventana le devolvió la misma imagen desoladora de siempre, un solar con piedras y maleza , aunque esta vez intuía un orden especial. Decidió salir a la parcela y pudo escuchar los persistentes canturreos de unos pájaros. Y descubrió que la luz hacía girar el engranaje de los espacios al ritmo de una eternidad.
Intuyó entonces que había llegado el momento.
