Es normal que una sociedad se plantee en determinados momentos dilemas y se generen conflictos que entretengan la convivencia normal. Es perfectamente comprensible que determinados colectivos reclamen mayores atenciones y que se reparen desajustes o ineficiencias, ante los cuales se haga necesario reflexionar durante unos instantes para solucionar esos problemas para después volver a la marcha. Lo que parece bastante peligroso e inquietante es que una parte de la sociedad haga de esas reclamaciones su bandera. Para que una sociedad crezca en cualquier sentido, económica, cultural, etc., debe conocer cuales son los mimbres a partir de los cuales empezar a construir un crecimiento estable.
Lo de menos es tener unas fronteras con forma de «V» o con forma de «S», que se encuentren a partir de un río o a partir de la cordillera siguiente; lo que sí es necesario es dejar de discutir por pamplinas y empezar a solucionar problemas serios que nos impiden un una convivencia sana y un crecimiento estable.
Nuestra historia nos puede gustar más o menos, pero es la que tenemos y no podemos renunciar a ella. También podemos reinventarnos, como lo han hecho países como Finlandia, Singapur, Noruega, etc, pero para ello no es preciso olvidar nuestra memoria. Señores, no adelantamos nada discutiendo por nuestro pasado porque está plagado de emociones que para unos representan la gloria y para otros la vergüenza. Lo inteligente es acordar entre todos avanzar hacia un modelo de convivencia y crecimiento moderno y solidario. Entristece comprobar cómo una parte importante de la sociedad se avergüenza de nuestro pasado y parece que quiere desterrar cualquier institución, símbolo, recuerdo que conforma nuestro ADN. Lo inteligente es CONSTRUIR modernidad y solidaridad y lo estúpido y fácil por otra parte es DESTRUIR. Debemos esmerarnos por construir y no desfallecer en el intento de crear entre todos una sociedad solvente modelo del mundo.
Poner en cuestión un modelo económico basado en un sistema de libre mercado equilibrado y social supone intentar eliminar oportunidades de salir adelante a las personas. La escuela tomista de Salamanca, allá por el S. XVI y XVII pone las bases de la cultura occidental reforzando una economía liberal de mercado, que penalizó la usura, y que después matizó la corriente ordoliberal en la Universidad de Friburgo sentando las bases de la economía social de mercado. Una economía de mercado no significa otra cosa que asignar recursos a través de un intercambio voluntario y si no hay intercambio no podríamos subsistir.
Por otros lado, hay quienes critican y califican de usureros a los prestamistas y es muy cierto que a lo largo de la historia se han producido numerosos casos de usura, pero también hay que considerar que este mecanismo de poder disponer de un montante de capital permite a muchas personas salir adelante en sus proyectos sin depender de oscuros favores a clanes del momento.
Bien distinto es que en determinados momentos de la historia y es te puede ser uno de ellos, el marco o entorno normativo y legal haya desequilibrado y desnaturalizado el sistema, dando al traste con las expectativas de crecimiento saludable. Los encargados de velar por la salud del sistema se han distraído y han sucumbido ante los encantos de otros poderes mas indefinidos y no han cumplido con la obligación de asegurar un entorno estable. Han errado en las políticas monetarias y fiscales y se han olvidado los peligros derivados de tanto crecimiento y tan desmesurado y concentrado en determinados sectores improductivos. Esta situación ha sido la causante de la gran crisis de solvencia que estamos atravesando.
No se trata de una crisis de liquidez como nos han querido contar; en la actualidad hay mayor liquidez que nunca en los mercados, pero no llega al mercado doméstico debido a la gran desconfianza existente. Todos lo balances de empresas y países están desvirtuados y han sufrido tremendas depreciaciones y esta crisis de solvencia es la que ha dado paso a la sequía de los mercados y en especial el doméstico. La clase política no quiso ver lo que se venía porque estaba entretenida en otros menesteres y participando del festín tremendo, aceptando dádivas y entrando en el juego de los grandes capitales del planeta.
Así las cosas, con una clase política incapaz, desorientada e increpada, la sociedad ha optado por crear su propia economía, su propio mercado. Algo loable y milagroso, para lo que no ha necesitado a ninguna institución, a ninguna asociación cameral, ni empresarial, ni instituciones de ningún tipo. Ha inventado la economía colaborativa, una alternativa solidaria, de tinte social que ha permitido vertebrar ese eslabón débil de la población. Esa parte de la sociedad que no pudo acceder a financiación de ningún tipo se ha inventado el «micromecenazgo» o «Crowdfunding» para financiar sus proyectos culturales y solidarios, ha utilizado su coche particular para convertirse en taxista, ha alquilado su colchón del salón como si fuera un hotel y recibe en el salón de su casa a visitantes a los que da de comer para ganarse la vida.
Esta batalla la ha ganado el eslabón más débil de la sociedad y lo ha hecho sin ninguna ayuda, solo basado en el ingenio y la necesidad. Pero esta batalla se ha ganado gracias al sistema de libre mercado en el que nos encontramos, que permite convertirnos en comerciantes de la noche a la mañana sin que nadie nos lo prohiba. Otro sistema nos habría impedido actuar y nos hubiera obligado a implorar ayudas, donativos, siempre que hubiera fondos disponibles. Y es precisamente esto último lo que hubiera impedido ninguna ayuda, la falta de fondos disponibles y en el hipotético caso de que hubieran existido esos fondos, también existiría el peligro de que se dedicaran a los privilegiados arrimados al poder. Por tanto, la sociedad debe estar orgullosa de haber inventado una economía que ya defendió el «Ordoliberalismo» y de disfrutar de un sistema de libre mercado.
Sin embargo, ahora viene la siguiente fase: le toca al legislador, a la clase política, legislar sobre esta nueva economía. Por tanto, la batalla no está del todo ganada, ya que ahora hay que defender lo conseguido y exigir a la clase política algo que se ha olvidado por viejo:
ETICA.
Etica para gestionar esa brecha social que nos ha traído la crisis; ética para que no vuelvan a relajar sus controles; ética para que se comporten con decoro y den ejemplo con sus actuaciones y conductas; ética para que no manipulen a las generaciones más jóvenes con sistemas educativos estériles; ética para permitir que las estructuras de sus partidos sean permeables a la sociedad y se rijan por funcionamientos democráticos; ética para prescindir de todo aquello que la sociedad no tiene; ética para fomentar los VALORES.
Y la parte de la sociedad que vota también tiene deber de vigilar, de controlar, de divulgar y de no caer en la trampa de discutir si rojos o azules, si ricos o pobres, si nacionalistas o españolistas, sin banderas o bufandas. No caigamos en la trampa que nos tienden y elevemos el debate. Sentemos cuanto antes las bases, descubramos los mimbres a partir de los cuales empezar a construir una sociedad moderna, solidaria y con una autoestima saludable. Hay mucho que hacer, empezando por ayudar a la parte más débil de esa sociedad, enfermos, parados, marginados, etc y esto no se consigue desde el resentimiento, sino de la misma manera que hemos conseguido crear esa economía social sin dependencias. Con ingenio.
Gracias por estar.