Por José Luis Serrano.
Afortunadamente el mundo está preocupándose por indagar en campos distintos a los convencionales y en los últimos tiempos se están consiguiendo grandes avances en estas áreas. En mi caso y relacionado con las áreas en las que trabajo, estoy descubriendo textos elaborados por personalidades contrastadas en el mundo de la medicina y de las humanidades que revelan respuestas a preguntas que llevaba conmigo a lo largo de toda mi vida.
Existe algo nuclear en estas preguntas que cada momento de la humanidad resuelve de la mejor manera posible, aplicando en ocasiones la filosofía, la religión, el esoterismo, la astrología, la psicología, etc.. Sin embargo, es en los últimos años cuando se empieza a hablar de emociones en las personas, de una inteligencia emocional que diserta sobre las habilidades necesarias para conocernos y desempeñarnos, no sólo a nivel individual sino en el plano de interrelación con nuestro entorno. Sin duda, un excelente desempeño de estas habilidades contribuirá a acercarnos a un estado cierto de felicidad por cuanto adquirimos la seguridad de poseer ciertos recursos, la libertad de gestionar dichos recursos y el reconocimiento propio y social de dichas habilidades.
Algo muy relacionado con este estado y que está siendo muy comentado y disertado en estos días es la acción de fluir.
¿Qué es fluir?
Algo hasta ahora desconocido pero que alguien ha rescatado para aludir a un estado que nos conduce a la realización. Mihaly Csikszentmihalyi, es el autor del libro “Fluir: Un a psicología de la Felicidad” y define el estado de fluir como ese estado en el que estamos tan inmersos en una actividad que somos capaces de parar, alargar o acelerar el tiempo, experimentando el tiempo cuántico. El libro es impactante y en él podemos encontrar bastante ayuda en unos momentos en los que gran parte de la sociedad encuentra gran insatisfacción no sólo por la ausencia de trabajo en sus vidas sino en la falta de interés por su actividad laboral y por la actitud de victimismo constante que llama la atención poderosamente por la ausencia de planes de acción.
Todas las personas del mundo, salvo raras excepciones motivadas por algún tipo de experiencia traumática o patología, experimenta a lo largo de su vida un momento de máxima concentración, de sensación de control de su energía que favorece el desarrollo personal. Ese momento se alcanza cuando se pone en practica la actividad para la que estamos especialmente dotados, para el que hemos recibido el don de poseer una habilidad especial que te hace, sino único, sí especial. Durante esa actividad se aúnan pensamientos, emociones y acciones todos ellos dirigidos hacía un mismo objetivo. Cuando conseguimos alinear cuerpo, mente y espíritu, nuestra acción es invencible y cobra una fuerza magnífica, lo que provoca a su vez una atracción de lo que nos rodea. Este hecho facilita un silencio interior necesario para percibir nuestra Verdad. Así lo define este autor, un silencio armónico que pone en relación todos nuestros recursos hacia un objetivo único.
Este estado está íntimamente vinculado con el estado de felicidad, hasta el punto de decir que no es posible alcanzar la felicidad sin flujo. Según el autor de nombre irrepetible, cuando experimentamos el estado de fluir nos encontramos envueltos en la actividad y sentimos que formamos parte de ella, de tal manera que la concentración alcanza niveles extremos, si bien, no se trata de una concentración forzada, sino todo lo contrario, una concentración casi sin querer, automática y sin consumo de energías.
Mientras dura nuestro estado de flujo, tenemos ausencia de preocupaciones. No hay que olvidar que las preocupaciones nos vienen por las incertidumbres, por los miedos ante una amenaza, sin embargo, mientras desarrollamos nuestra actividad causante de la fluidez, experimentamos la sensación del seguridad por un control total sobre dicha actividad. Experimentamos la autoridad del dominio de la materia, lo que expulsa las preocupaciones y miedos. Una de las consecuencias de dicha ausencia de miedos es la pérdida de la noción del tiempo. Cuando no tenemos miedo a las consecuencias, ya no intentamos planificar la acción porque nuestra seguridad es total, ni siquiera planificar ni evaluar o experimentar, ni necesitamos preguntar para confrontar ideas, porque tenemos la certeza del buen resultado final. Esta pérdida de la noción del tiempo hace que percibamos que el tiempo transcurrió más rápido de lo normal y de repente despertemos y comprobemos que hemos pasado largo tiempo absortos en esa actividad tan potente.
Uno pierde la noción del tiempo cuando se funde con el presente, obviando los resultados futuros, sin ninguna preocupación por el resultado de la actividad, sino por el sólo hecho de la acción, que es realmente la especialidad del autor. Curiosamente, cuando uno se olvida del resultado, de aquello que reportará en un futuro, alcanza el disfrute total en el momento presente, en el hacer por el hacer, en el camino antes que en la meta, sin embargo y paradójicamente, reportará las mayores recompensas que jamás hayamos pensado. Es increíble que aquella actividad sobre la que nunca exigiste nada a cambio, cristalizará en algo verdaderamente aclamada por todos. Siempre pongo el ejemplo del artista absorto en su obra, que consigue olvidarse de los prejuicios de su entorno y se ve inmerso en su proceso creador, disfrutando mientras crea sin pensar en el resultado. El artesano por la artesanía, los bohemios que consiguen piezas maestras sin darles importancia y hasta destruyéndolas tras ser acabadas o regalándolas o vendiéndolas a bajo precio para subsistir.
Cuando esta actividad se convierte en rutina se deja de fluir, por eso es vital el desafío por parte del autor, adquiriendo retos ante nuestras destrezas lo que propicia que el cuerpo segregue las sustancias necesarias para que adquiramos un nivel determinado de ansiedad que impuse a buscar y a afrontar esos retos. El estado de fluir genera el equilibrio perfecto entre las sustancias que genera el cuerpo y necesarias para alcanzar la relajación del disfrute con el nivel necesario de intensidad ante una tarea. Si solo generara disfrute, no estaríamos hablando de fluir o felicidad, sino de placer, que es otra cosa muy distinta. Se produce entonces un proceso en bucle muy positivo: desarrollo de habilidad que impulsa aun nuevo desafío (inquietud controlada), que es alcanzado con destreza lo que provoca a su vez una gratificación que retroalimenta la motivación que impulsa de nuevo a la acción de la puesta en marcha de la habilidad en cuestión.
Este proceso está orientado a la consecución de nuevos retos de manera constante, lo que provoca un feed back totalmente positivo e inmediato, lo que hace que desaparezca la inquietud ante dicho desafío y la aparición de otro distinto en aras a conseguir el siguiente reto.
En el programa de REDES, con Eduardo Punset, en el que el autor fue entrevistado (entrevista), nos hablaba de cómo llegar a este estado de felicidad y lo explicaba metafóricamente apoyándose en el arte culinario. Para cocinar la felicidad son necesarios determinados ingredientes, que no son universales para todo el mundo sino que cada persona tiene los suyos. Esos ingredientes tan personales los podemos encontrar en nuestra conciencia, la cual funciona como un almacén. En nuestra conciencia se van almacenando experiencias de nuestro pasado que conforman nuestro estado futuro. Cierto es que hasta que no alcanzamos ese conocimiento, no somos dueños de todo lo que entra en nuestro almacén, pero sí podemos empezar a actuar como el jefe del almacén de nuestra conciencia y debemos empezar a filtrar todo aquello que vaya a entrar y que sin dudo influirá sobre nuestro estado futuro y sobre la posibilidad de adquirir estados de flujo y búsqueda de la felicidad. Cuando tenemos una conciencia ordenada, todo se mueve en la misma dirección y surge el estado de flujo.,
Como decía anteriormente, fluir no es lo mismo que experimentar placer. Una actividad que nos encamine a fluir, esta compuesta también por unas normas y objetivos claros. Esta circunstancia se suele dar más frecuentemente en el trabajo que fuera de él. En el trabajo solemos tener unas normas claras y objetivos más o menos definidos, lo que nos conlleva a marcarnos un camino del que no debemos salirnos, lo que a su vez nos reporta un feed back constante de un trabajo correctamente ejecutado. Sin embargo, esto no ocurre en nuestros momentos de ocio. Es muy habitual que salgamos del trabajo a la hora exacta, desechando la posibilidad de regalar ni un minuto más a la empresa, en búsqueda de nuestro ocio particular, sin embargo, la inmensa mayoría de las personas no encuentra su estado de flujo fuera del trabajo, encontrándose desorientadas y ante una falta de realización preocupante. Muchas de ellas se limitan a experimentar todo el placer que puedan, confundiendo placer con felicidad o fluir. Es por eso que un gran porcentaje de la población transcurre numerosas horas ante el placer que provoca pasar largas horas ante la televisión o inactivo en su casa o se refugia en determinadas actividades insanas como el alcohol, las drogas, el sexo (no siempre), etc..
Ante esto , ¿cuál sería el reto ideal? En la búsqueda ideal de fluir durante la mayor parte del día que fuera posible, la más práctico es que nuestro trabajo consistiera en poner en práctica nuestra especial habilidad, aquella que nos diferencia de los demás, y que además nos hiciera tan felices que nuestro ocio lo dedicáramos también a esta actividad. Por ejemplo, un niño al que le apasiona el fútbol, desearía con todas sus fuerzas que su trabajo al levantarse por la mañana fuera entrenar al futbol y que transcurrida su jornada laboral pudiera compartir con otro equipo labores relacionadas con sus entrenamientos de futbol e incluso aportara a la comunidad novedosos métodos de entrenamiento para alcanzar resultados extraordinarios en el rendimiento del equipo y sus jugadores. Podríamos decir que este niño sería muy feliz, por tener su vida orientada a su especial pasión, habilidad. De esta manera podría incluso llegar a contribuir a combatir la pobreza en países en desarrollo a través de su destreza. Todo ello genera beneficios difíciles de describir en la autoestima de las personas.
Desde un punto de vista emocional, la felicidad viene determinada por la medida en que estén cubiertas tres áreas determinantes en la vida de las personas: la seguridad, la libertad y el amor. Siempre hemos oído que es la salud, el dinero y el amor, pero en este caso se están confundiendo los medios con los fines. En la medida en que estas áreas estén cubiertas y de manera equilibrada, así será nuestro esta de felicidad. Cuando una de ellas está insatisfecha, surgirán emociones que, aún no siendo negativas, sí distraerán y aplazarán nuestro estado de flujo o felicidad. Así, ante una falta de ejercicio de asertividad en nuestra vida, percibiremos un estado de libertad mermado, que traerá como consecuencia un sentimiento de enfado al comprobar cómo son vulnerados o sobrepasados nuestros límites. Si es nuestra seguridad la que adolece del nivel necesario surgirán los miedos e incertidumbres que, en función de su calibre y durabilidad se transformará en estrés o ansiedad. Cabe recordar que el miedo coincide con la brecha producida entre la situación amenazante y nuestros recursos. Si nuestros recursos fueran más que suficientes para combatir una amenaza determinada, el miedo no existirá por cuanto tendríamos la tranquilidad suficiente para combatir la situación estresante. Sin embargo, cuando somos conscientes de esa falta de recursos para combatir la amenaza, aparece la ansiedad. ¿Y qué decir del amor? La falta de percepción de esta emoción, produce la tristeza y todas sus derivadas.
Sin embargo, la actividad que nos reporta la facilidad de fluir nos proporciona la libertad de ejercerla cómo y cuando deseemos, la seguridad dado que tenemos control total sobre la actividad misma y porque somos plenamente conscientes de la calidad con la que la que la ejercemos y el amor de poder dar lo mejor que llevamos dentro sin esperar grandes cosas a cambio y sin pensar en el resultado, siendo conscientes de que estamos regalando lo mejor de nosotros, lo cual revierte en gratitud del entorno quien lo reconoce y lo comunica.
Por todo ello es tan importante detectar cuanto antes qué es aquello que nos convierte en seres únicos, qué es lo que tenemos almacenado en nuestra conciencia, qué y cómo filtrar lo que entrará a partir de ahora y qué tenemos que desechar para una mayor y mejor concentración. Para ello, necesitamos hacernos las siguientes preguntas:
¿Qué estoy haciendo cuando se me pasa el tiempo volando?
¿Qué actividad me produce satisfacción y orgullo y es admirada por el resto?
¿En qué destaco sobre los demás?
¿qué contribuye a mi crecimiento y qué a mi destrucción?
No descartes nada por cómico que parezca. En ocasiones, la respuesta la tendrás en quienes mejor te conocen. Selecciona rápido a tu jefe de almacén y construye la felicidad a través del arte de fluir.
Gracias por estar.